Costumbres y tradiciones populares

La tendencia iluminista de investigar sobre los “errores de la Antigüedad” para criticar los prejuicios y las supersticiones despertó el interés por las tradiciones locales convirtiéndola en una especie de ciencia de los hábitos y las costumbres. En Roma, este interés confluyó a principios del siglo XIX en el deseo de plasmar literaria y plásticamente la pintoresca variedad de costumbres y tradiciones populares que, a los ojos del viajero, constituían el encanto de la ciudad o, como mínimo, el legado de la antigüedad clásica. El Viaje a Italia de Goethe, que describe atentamente la forma de vestir, las herramientas de trabajo, las costumbres populares sobre el telón del clasicismo es una buena muestra de esta tendencia.
Esta percepción de Roma se plasmaba, inspirándose en la pintura de género del siglo XVII y de finales del XVIII, en los paisajes clásicos de Pietro Labruzzi, Louis Ducros y Jacob Philipp Hackert, salpicados de figuras de campesinos, pastores y personajes populares.
Unos años más tarde, la prolífica producción de calidad de Bartolomeo Pinelli (Roma 1781-1835), formado en un entorno neoclásico, codificó un repertorio de las costumbres populares inspirándose en el idealismo de tendencia heroica de la cultura contemporánea, pero dejándose influir también por la curiosidad documental de la culta y cosmopolita de los mecenas.
El hijo de Bartolomeo Pinelli, Achille (Roma 1809-Nápoles 1841), reelaboró los modelos paternos, sustituyendo los aspectos de retórica grandilocuente por la anécdota y la sátira.
El apasionado estudio de la vida popular caracterizó a todas las colonias de artistas extranjeros que trabajaron en Roma a principios del siglo XIX. Los prototipos pinellianos se enriquecieron con sugerencias románticas más intensas en la época figurativa del bandolerismo elaborada por el francés Léopold Robert, que enlaza con la obra de Adolpho Roger (Palisseau 1800-París 1880) y de Jean Victor Schnetz (Versalles 1787-París 1870).
De las imágenes de Arthur John Strutt (Chelmsford 1819-Roma 1888) se desprende una precisión documental, mezclada con el encanto debido al exotismo de las costumbres locales. A partir de la segunda mitad del siglo XIX las inspiraciones realistas y los intereses etnográficos consolidaron y multiplicaron en la producción de pinturas, acuarelas y fotografías la iconografía de modelos retratados en sus quehaceres habituales de la campiña romana.
La gente no tardó en entender que las composiciones llenas de estos variopintos personajes hacían las delicias de los extranjeros a la caza de recuerdos y, por ello, cada mañana, en la escalinata de Trinità dei Monti se reunían muchos modelos de ambos sexos que esperaban la llegada de pintores y fotógrafos.
Por ello puede decirse que el deseo de realismo a todo coste que se desprende de algunas de estas imágenes no es más que una edulcoración de la realidad de sello vagamente populista y una sublimación alcanzada con construcciones si no falsas, al menos forzadas. Al Museo di Roma, precisamente por la orientación positivista y los intereses antropológicos de finales de siglo que contribuyeron a su creación, han llegado un considerable número de dibujos, grabados, fotografías y pinturas del siglo XIX sobre este tema y, entre ellos, las producciones casi completas de Bartolomeo y Achille Pinelli.